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jueves, 19 de junio de 2008

Osteologia Antropologia Arqueologia Subdisciplina

EL ESTUDIO ÓSEO EN ANTROPOLOGÍA Y ARQUEOLOGÍA

Una de las grandes pretensiones de los hombres es trascender la muerte. Salvando las distancias y los éxitos completos, la osteología humana nos permite robarle algo de vida a la muerte a través de una de sus imágenes más representativas : los esqueletos.

Un hecho propio de nuestra realidad biológica es que nuestros cuerpos trascienden a nuestra existencia. Me refiero evidentemente a momias y esqueletos que resultan los últimos vestigios de nuestra corporidad.

El estudio de los huesos dentro de la antropología posee larga data de interés, siendo que en la actualidad son fácilmente identificables áreas especializadas dentro del campo osteológico como por ejemplo la paleopatología, la antropología dental o la reconstrucción de dietas a partir de isótopos estables, entre otros muchos. Es significativo el interés que siguen suscitando los esqueletos en el ámbito especializado. En las últimas cinco décadas el número de trabajos sobre osteología han mantenido un lugar privilegiado en la revista oficial de la asociación norteamericana de antropología física (Lovejoy et.al. 1982:336).

Más allá de las implicaciones de vigencia y alternativas técnicas y metodológicas que esto implica, también es cierto que la osteología ha ido evolucionando en sus planteamientos internos. Este desarrollo nos permite delinear además vinculaciones con otras áreas antropológicas que abordan también a estos restos corpóreos inmersos dentro del polivalente concepto de entierro.
La osteología fue sin duda un espacio fértil en descripciones en el siglo XIX con el boyante interés de Paul Broca y su atención especial hacia la craneometría. Las medidas fueron transformadas en elementos concluyentes que validaban una antropología determinista. Es un momento rico en tipologías y un carácter segregatorio implacable.

La osteología a finales del siglo pasado e inicios de este siglo invierte mucho de su esfuerzo en una depuración, consenso y minuciosidad de sus técnicas osteométricas. Es recién a mediados de este siglo en que la antropología física replantea el carácter de sus esfuerzos.

Este desarrollo histórico al interior de la antropología física encontraría similitud dentro de la arqueología. Guardando los intereses disciplinarios, ambas disciplinas se enfrentarían al interior de su discurso a nuevos planteamientos rectores.

El reconocimiento de estas nuevas etapas: «nueva arqueología» y «nueva antropología física» no son distantes. Por parte de la arqueología, retomando a Caldwell (1959), renueva el interés disciplinario al volcarse por la ecología y los patrones de asentamiento como evidencias en el estudio de los procesos culturales y deja de lado la atención hacia la suma de artefactos recuperados (Trigger, 1989:294). Algo similar habría ocurrido en el ámbito antropofísico con Washburn (1953), en esta disciplina se habrían abandonado las intenciones meramente clasificatorias para insistir en un interés explicativo de mayor reflexión sobre los fenómenos biológicos en el hombre.

A inicios de los 50's la osteología recibiría un fuerte revés en uno de sus tópicos más característicos y antiguos: la diferenciación racial. Nuevas piezas en la valoración de la variabilidad biológica intentarían desacreditar los alcances de la osteología.

Para Boyd (1950) la osteología poseía cuatro inconsistencias:
(a) su dificultad para determinar la morfología esquelética en los vivos.
(b) la adaptación rápida del esqueleto al ambiente,
(c) el carácter poligénico de las características esqueléticas, y
(d) el hecho de que las medidas osteométricas no hubieran sido concebidas lógicamente (Armelagos et.al.1982:310).

Este obituario prematuro se respaldaba por el uso de los marcadores sanguíneos los cuales serían considerados como diferenciadores raciales válidos por varias lustros, sin embargo las críticas de Boyd sobre los alcances de la osteología radicaba en esencia sobre aspectos metodológicos que sobre elementos conceptuales. Las metas globales de su propuesta no dejaban de alinearse de manera recurrente en el ámbito tipologista.

Por otra parte es una realidad que para muchos osteólogos el éxito descriptivo valida en mucho sus esfuerzos explicativos. No siempre resulta fácil deshacerse de viejas sombras disciplinarias e incluso es posible señalar que estas aproximaciones no solo atañen a aspectos inherentes a la biología de los esqueletos sino también a otros tópicos desprendidos de la práctica antropofísica ligadas a la arqueología como son la sistemática mortuoria o prácticas deformadoras de los huesos.

En este sentido podemos enunciar multitud de clasificaciones osteológicas que agrupan longitudes o índices: dolicocefalia-mesocefalia-braquicefalia (cráneo), platolenia-eurolenia (cúbito), platimería-eurimería-estenomería (fémur), placticnemia-mesocnemia-euricnemia (tibia), entre otros. A su vez las deformaciones osteológicas no son pobres en nomenclatura: tabular erecto, tabular oblicuo o anular, por seguir uno de los sistemas clasificatorios en cráneo. O bien dentro de la sistemática mortuoria de acuerdo a la posición del cuerpo, sedente, decúbito dorsal, decúbito lateral etc.. En todo caso queda claro que hacer uso de estas descripciones no las explicaba.

Una vez alertada la osteología sobre los laberintos descriptivos, secuela de inicios de siglo, se fueron desarrollando varios enfoques sobre cómo abordar la información de los esqueletos. La primera de estas aproximaciones parte desde la arqueología. Su interés se centra sobre el valor social de las prácticas mortuorias inaugurando, desde una óptica antropológica de la arqueología, una "arqueología de la muerte" . Aunque no existe un interés particular en la manera de integrar la información antropofísica, más allá datos osteológicos esenciales, este resulta un enfoque revelador a partir de aproximaciones como las de Binford, Saxe y Brown.

Ellos intentan establecer lineamientos generales básicos sobre los cuales es posible integrar la información de los contextos mortuorios a un discurso antropológico.

Por ejemplo, para Saxe; puesto que la persona social está determinada por las características propias de cada sistema social, se entiende que el análisis de un grupo de personas sociales (el estudio de una necrópolis en el caso de la arqueología) permitiría una aproximación a la organización de esa sociedad. Saxe plantea un tipo de análisis que permite descifrar: a) el modo en que las personas sociales están representadas de manera diferente en las áreas de deposición, y b) el modo en que las distintas estructuras sociales están representadas de manera diferente entre las diversas áreas de deposición (Lull y Picazo, 1989:10)

Como consecuencia de esto en la década de los 70's surgen importantes propuestas como Lane et al (1972) o Tainter (1976). En éstas el contexto funerario y la información antropofísica poco a poco van conformando una unidad explicativa. Por ejemplo Lane, propone que en la medida de que cualquier característica de la organización social guarde correspondencia con el referente biológico del sistema de parentesco, ésta podrá ser elucidada a partir de datos osteológicos (Lane, 1972).

Poco después en la década de los 80' se van consolidando algunos de estos enfoques. Síntesis importantes como la de Humphreys y King (1982) o O'Shea (1984) ordenan un poco los logros hasta entonces alcanzados. Por otra parte, es también en esta década que aproximaciones más biosociales van enriqueciendo discursos compartidos. Intereses más amplios sobre paleopatología y paleodemografía generan de manera más comprometida y desde senderos antropofísicos propios, discursos transdisciplinarios quizás más legítimos en lo que algunos identificarán más adelante al interior de la bioarqueología.

A su vez se empiezan a generar importantes revisiones de metodologías y técnicas osteológicas que acusan y revalorizan los aportes y alcances de la reconstrucción de la vida a través de los esqueletos, nuevas síntesis como la de Krogman y Iscan (1986) o la de Iscan y Kennedy (1989) ponen al día una osteología que ya anunciaba para el futuro importantes innovaciones esencialmente desde el campo microanalítico.

Una aproximación más acorde con esta reconstrucción de la vida a través de los esqueletos es observable a partir de las osteobiografías (Saul y Saul, 1989). Aquí el enfoque se organiza esencialmente a partir de preguntas muy amplias como ¿quienes eran? ¿cómo eran? ¿de dónde eran?, con lo cual se conforma una figura amplia que no intenta cumplir necesariamente alguna premisa particular.

Si bien es cierto que mucho de la construcción de esta historia disciplinaria posee una adscripción esencialmente guiada por el desarrollo disciplinario norteamericano es importante remarcar ausencias importantes en este discurso sobre las líneas desarrolladas en el viejo continente. En todo caso pareciera que el deseo de ignorarse hubiera sido concensado. Ausencias importantes dentro del discurso de la arqueología de la muerte son perceptibles al no considerar a autores franceses como Thomas o Aries quienes bien hubieran ampliado esta visión antropo-arqueológica sobre la muerte.

Dentro de estas ausencias y desencuentros es posible identificar sin embargo en Inglaterra enfoques que retoman propuestas de autores norteamericanos como Buikstra y Cook, 1980 (Bush y Zvelebil 1991). Estos acercamientos se ubican en dos sentidos a) acceder a las condiciones biológicas de las poblaciones humanas y sus consecuencias para la reproducción biológica y cultural de la sociedad y, b) considerar los efectos selectivos de la cultura de la población bajo estudio y su supervivencia. En este enfoque los intereses arquelógicos se diluyen un poco para insistir con más presencia hacia cuestionamientos sobre el orden adaptación biológica de las poblaciones.

Si bien en posible identificar en esta breve reseña algunos de los enfoques que han ido moldeando las expresiones de los esqueletos queda claro que otras voces no han sido tocadas. También es cierto que a esta pequeña obertura le faltan los acordes de una historia propia del desarrollo de este campo en el Perú. En todo caso este no es un relato ausente, recientes impulsos (Benson 1973; Donnan y Mackey 1978;Dillehay 1991;Verano y Ubelaker 1992; Guillén 1994; Millones y Lemlij 1996;) van conformando mucho de la historia contemporánea que nos tocará acrecentar. Como mencioné en las primeras líneas, los huesos poseen larga existencia, solo al hacerlos hablar su permanencia habrá tenido sentido.

Por: Mario Millones Figueroa - Antropólogo Físico

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